RIO Y UN VIAJE LISÉRGICO: DE LA REALPOLITIK HACIA EL COSTADO LUMINOSO DE LA HUMANIDAD

Si la Amazonia es el pulmón del mundo, el Maracaná es desde anoche el latido del corazón del planeta. Al menos hasta el 21 de agosto. En el marco de una crisis social, política y económica sin precedentes, Brasil y Río de Janeiro abordan una de las encrucijadas más complejas de su historia: desarrollar con éxito la edición XXXI de los Juegos Olímpicos.

La organización de uno de los procesos más trascendente que la humanidad institucionalizó como síntoma de desarrollo y caja de resonancia de los supuestos valores que le aportan cohesión (además de resultar, por supuesto, un escenario de múltiples operaciones comerciales, financieras y políticas) es, por naturaleza, una empresa constituida por la extrema complejidad.

En el caso de Río 2016 aquella característica se profundiza.

¿Cómo saltear el atolladero insoslayable que representan las tensiones por el sentido de estos Juegos que, desde hace años, atraviesan la vida política brasileña? ¿Cómo calibrar la fidelidad de las encuestas que certifican un amplio rechazo de la sociedad al evento? Las intrigas dan forma al escenario: si los Juegos son un éxito ¿quién gana? ¿Dilma y Lula? ¿El impopular Michel Temer? ¿Obama, Hillary o Trump?

A priori, imposible no perderse en ese laberinto.

Pero cuando la cultura popular brasileña copa el ámbito para configurar una fiesta acogedora, empática y vibrante durante la ceremonia inaugural… bueno, pues entonces la cosa cambia.

Se trata de los primeros JJOO en Sudamérica. Y es en ese punto cuando el espíritu latinoamericanista y la épica olímpica confluyen para empujarlo a uno (a través de la imagen 4K de la TV) a un viaje casi lisérgico de 16 días atravesado por historias de esfuerzo, honor y gloria; serán días de crónicas regadas de patriotismo y sentimiento en torno a las hazañas de atletas supremos que encarnan valores trascendentes, en el contexto de duelos deportivos que revelan el costado luminoso de la humanidad.

Ya habrá tiempo para volver a la realpolitik y analizar lo que haya que analizar.

Pero ahora es tiempo de disfrutar. Y viajar. Y creer. Y emocionarse. Todo eso, en Río. ¿Puede resultar mal?

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