La diferencia exigua en el marcador, motivada por el amor propio de los jugadores argentinos, no debe confundir. Existió una diferencia abismal entre la Argentina y Francia en términos de estrategia, armonía colectiva y actuaciones individuales. El 3-4 es un hito en la historia de la Selección porque marca el final de la expedición en Rusia 2018, pero también indica el cierre del ciclo de los jugadores que disputaron tres finales, con Javier Mascherano como emblema.
Sería ideal, además, que la caída de Kazan indique la expiración de la improvisación y el cortoplacismo como vectores para definir y delimitar los procesos de la Selección mayor. La eliminación en octavos, el caótico desarrollo de la etapa post Brasil 2014 y la certeza latente de que el recambio entre la generación que se va y la que debería llegar será demasiado complejo, exigen una revisión integral del proyecto de los seleccionados nacionales de fútbol.
Ante Francia, Argentina nunca estuvo cerca de imponer las condiciones del match. Ni siquiera cuando se puso en ventaja en el score. El sablazo fuera de contexto de Ángel Di María y la carambola de Gabriel Mercado ubicaron inexplicablemente a la Selección en una posición que su rendimiento no justificaba.
Lo planeado por Jorge Sampaoli no resultó. Argentina fue un equipo demasiado dilatado en el campo de juego. Su oponente, cohesionado en 40 metros y con un desplazamiento colectivo mucho más coordinado y amónico, explotó la mala distribución argentina básicamente con un recurso: el contragolpe. Así aprovechó el amplio terreno libre entre los mediocampistas y los defensores albicelestes, especialmente a la espalda de Di María y Cristian Pavón. El juego directo y la velocidad de Kylian Mbappé, la figura del juego, alcanzaron para desarmar el plan argentino.
Argentina fue digna. Peleó hasta el final, pero la falta de reflejos del entrenador (el ingreso tardío de Sergio Agüero, la dilación en el enroque de volantes externos) y los rendimientos individuales bajos no permitieron poner en peligro el triunfo francés.
Se terminó un ciclo. Muchos de estos jugadores, quizás la mayoría, no formarán parte del futuro. En la última década este grupo de futbolistas ubicó a la selección Argentina en lo más alto, gracias a un trabajo sustentado en grandes dosis de talento, entrega y convicción. Pero no pudieron conseguir un título que respalde el enorme laburo realizado, que los mantenga fuera del alcance de los carroñeros del primetime y de la crueldad viral.
En una era caracterizada por la memoria fugaz. En un tiempo que prescinde de la historia y de la complejidad, y se nutre de variables descartables para construir una falsa noción de éxito, es necesario que el próximo proceso se construya en torno a una constante: la voluntad de generar una estructura colectiva para potenciar el talento de Leo Messi. Todavía estamos a tiempo.