¿Qué es el Poliamor? Las personas que se identifican como poliamorosas rechazan la visión de que la exclusividad sexual y relacional son necesarias para tener relaciones profundas, comprometidas y a largo plazo. Aquellos abiertos a, o emocionalmente compatibles para el poliamor pueden embarcarse en una relación poliamorosa siendo solteros o estando ya en una relación monógama o abierta. El sexo no es necesariamente un interés primario en este tipo de relaciones, que usualmente consisten en la búsqueda de construcción a largo plazo con más de una persona basados en acuerdos mutuos, donde el sexo es solamente un aspecto más.
Escena 1: Vicky es diseñadora visual y apenas pasó los 25 años. Atlética, de sonrisa amplia y genuina, atraviesa la tercera y definitiva sesión intensiva de tatuaje en un estudio de la ciudad de La Plata. Está a punto de completar una obra que, al margen del valor artístico abierto a la interpretación, está determinada por una potencia simbólica que define su cosmovisión y su estado de gracia. Se trata de tres animales del bosque (dos hembras, un macho) que armoniosos y pletóricos de color y belleza, representan la personalidad de cada uno de los integrantes de la relación de la que es parte. Vicky, recién llegada de unas vacaciones de 15 días con sus amores, eligió el tatuaje como la forma más verdadera de sintetizar la lealtad y la pasión de una etapa de vida tan trascendente que decidió inmortalizarla en su piel.
Escena 2: Medellín, Colombia. La luz tenue del domingo que languidece y el rumor del centro de la ciudad se meten por el ventanal de un departamento de clase media. Sentados en el sillón del living, Manuel Bermúdez (cuarentaypico, periodista), Alejandro Rodríguez (36, profe de educación física) y Víctor Hugo Prada (22, actor) ofrecen una entrevista exclusiva al diario Semana: el 3 de junio se convirtieron en la primera familia poliamorosa en ser reconocida legalmente en Colombia, bajo un régimen patrimonial conocido legalmente como «trieja». Los tres hombres se consolidaron como trieja a finales de 2012, cuando en un teatro de Medellín Víctor Hugo les pidió que se casaran. Desde entonces comparten su tiempo, dinero, espacios y su sexualidad. “¿Y ustedes creen que uno puede amar a más de una persona? Lo raro es decir que uno sólo puede amar a una persona”, dice Manuel y se ríe con sus dos maridos.
Escena 3: Emma y Jack Trakarsky merodean los 40 y conforman un matrimonio pleno de respeto, admiración y amor…pero que está siendo deglutido por la comodidad cotidiana. Izzy es una joven estudiante de psicología que despierta en ellos un apetito sexual y emocional dormido hace mucho tiempo. Ahora, los tres fuman en un vaporizador un porro de marihuana Indica “gentil y bienintencionada” en el living de los Trakarsky, mientras Emma y Jack le confiesan a Izzy que ambos se masturbaron pensando en ella. Es el comienzo de una relación de a tres que se pondrá a prueba ante el hermetismo social de la supuestamente progresista ciudad de Portland, Estados Unidos.
Las dos primeras escenas son casos reales. La tercera es un instante de la serie canadiense You Me Her producida por Entertainment One Television (en Argentina está disponible en Netflix). El hilo conductor que une La Plata, Medellín y Portland; que mezcla la realidad con la ficción y el streaming con la discusión social, es el poliamor.
DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE (POLI)AMOR
Angi Becker Stevens, en el Huffington Post (excelente traducción de Luna B.), ofrece una crítica en primera persona acerca de la mirada social sobre el poliamor.
Como vivimos en una sociedad centrada en la monogamia, tiene sentido que la gente sólo pueda concebir la no-monogamia en lo que, en última instancia, todavía se refiere a términos monógamos. Hay una idea errónea común de que una familia poliamorosa no es muy diferente de un acuerdo de relación abierta: una pareja comprometida, con diversión frívola aparte. Pero la palabra “poliamor”, por definición, significa amar a más de uno. Muchos de nosotros tenemos relaciones profundamente comprometidas con más de una de nuestras parejas, sin jerarquía entre ellos y sin “pareja” nuclear en el centro de todo.
Para mí, esta noción de que debe haber una relación más importante, un verdadero amor, se siente muy parecido a cuando la gente mira a las parejas del mismo sexo y piensan que una de las personas debe ser el “hombre” en la relación y que la otra debe ser la “mujer”. Después de todo, ambos malentendidos son el efecto de las personas intentando injertar sus concepciones normativas de amor y relaciones a personas que se emparejan de formas no normativas.
Parece ser fácil para muchas personas reconocer que los humanos son capaces de amar a una persona y aún así disfrutar el sexo con otras (asumiendo, por supuesto, que los términos de su relación hagan que ese comportamiento sea aceptable). Pero es mucho más difícil para las personas pensar fuera de la noción de cuento de hadas de “el único” e imaginar que puede ser posible amar románticamente a más de una persona a la vez.
Las personas que se identifican como poliamorosas rechazan la visión de que la exclusividad sexual y relacional son necesarias para tener relaciones profundas, comprometidas y a largo plazo. Aquellos abiertos a, o emocionalmente compatibles para el poliamor pueden embarcarse en una relación poliamorosa siendo solteros o estando ya en una relación monógama o abierta. El sexo no es necesariamente un interés primario en este tipo de relaciones, que usualmente consisten en la búsqueda de construcción a largo plazo con más de una persona basados en acuerdos mutuos, donde el sexo es solamente un aspecto más.

¿NUEVO?
En un artículo publicado en Página 12, Laura Marajofsky explica que “gracias por un lado a desplazamientos culturales de la última década que aceleraron el replanteo en torno a la pareja como nunca antes (caída estrepitosa de la nupcialidad, retraso de hitos tradicionales y nuevas adultez, matrimonio gay y nuevas formas de familia), y a las nuevas tecnologías que habilitan -al menos en términos prácticos- una mayor flexibilidad sexoafectiva por otro, cabe preguntarse: ¿qué viene después de la monogamia? Y, si la definición de pareja está cambiando, ¿qué pasa entonces con la de infidelidad? ¿Cómo lo piensan las nuevas generaciones? ¿Acaso la infidelidad sea uno de los últimos tabúes a derribar?
Lo cierto es que hablar del fin de la monogamia no es nada nuevo. Ya en los 70s y 80s se sentaron las bases de lo que luego muchos movimientos de experimentación sexual y relacional tomarían como referencia, incluyendo a Gay Talese y su libro “La esposa de tu vecino” que exploraba el amor libre en plena era Reagan y con el SIDA de trasfondo, o el icónico y muy citado libro del matrimonio Dossie Easton y Janet Hardy “La zorra ética: una guía práctica al poliamor, relaciones abiertas y otras aventuras”.
De hecho, el concepto poliamor fue acuñado separadamente por varias personas: Morning Glory, en su artículo «A bouquet of lovers» (1990) alentó la popularización del término, y Jennifer Wesp, quien en 1992 creó un grupo de noticias en Internet: alt.polyamory. Sin embargo, el término apareció ocasionalmente desde los años sesenta, e incluso fuera de la cultura poliamorosa en infinidad de relaciones anteriores al surgimiento del término.
LA UTOPÍA DE LA LIBERTAD Y EL CAPITALISMO
El blog Amores Livres se queda con el cierre, gracias a un artículo que aporta complejidad a través de preguntas incómodas y un posicionamiento filosófico e ideológico, que permite pensar el tópico más allá de la coyuntura:
(…) Durante mucho tiempo el concepto de libertad imbuido en los discursos sobre relaciones libres ha sido un concepto estrictamente individual y, por qué no, liberal. La gran utopía por detrás del ideal de las relaciones libres es la disolución de la familia nuclear patriarcal tal como la conocemos hoy en nuestra sociedad, en dirección a la construcción de fuertes lazos afectivo-sexuales, de intimidad, seguridad y confianza, que sobrepasen las estrechas limitaciones de la tríada papá-mamá-criatura.
De modo muy general, el mundo en que vivimos dificulta el desarrollo de lazos afectivos más comunitarios que podrían ofrecer otros modos de subjetivación más enfocados hacia la producción de la vida colectiva que de la vida privada, y en parte esa dificultad se debe al encapsulamiento de las familias nucleares dentro de sus dramas internos. La aparición del divorcio, de los derechos LGBT, de los derechos de las mujeres en general y las mono-parentalidades ha flexibilizado ese modelo.
Pero la gran cuestión es que para que el modelo utópico de las relaciones libres se haga realidad es necesario presuponer una transformación radical de todo el sistema socioeconómico en que vivimos. Nuestras relaciones no serán realmente libres mientras nosotrxs mismxs no lo seamos. Y no nos engañemos, no somos libres en el capitalismo.
Tenemos que dejar atrás ese discurso de la “persona muy libre”, como si ser libre fuera una característica individual de algunas personas muy especiales. Parece que nos estuviéramos vendiendo como productos cuya calidad “ser muy libre” nos diera una ventaja “en el mercado”.
Tristes tiempos aquellos en que hay que decir lo obvio, pero una relación presupone, como mínimo, más de una persona. Podemos y debemos pedir ayuda a esa(s) persona(s), podemos y debemos ayudarla(s). Una relación libre no es una relación superficial, sin vínculo y sin responsabilidad: esas cosas son parte de aquello de lo que queremos liberarnos. Adherir a las relaciones libres significa comprender, escuchar, cuidar, respetar, en fin, asumir la responsabilidad por lo que hacemos teniendo en cuenta que nuestras acciones van a afectar, a veces profundamente, a las personas que están con nosotrxs. Este es el punto: no necesitar esconder o reprimir nuestra sexualidad, poder ser transparentes en relación a nuestras intenciones y deseos, humanizar las relaciones sacándolas de la lógica del mercado y del criterio del Estado.