Como -casi- todo lo que sucede en Viedma, el dato se filtró en una conversación entre conocidos de manera casual, en la calle. El periodista le pregunta al funcionariol casi de manera maquinal, como esperando una respuesta vaga o ambigua:
– Y, ¿cuándo votamos en Viedma?
– El 7 de noviembre, con el balotaje
La respuesta fue tan contundente que, por un instante, los interlocutores quedaron casi paralizados. El periodista porque dimensionó el potencial político – periodístico de la aseveración; el dirigente porque entendió que, quizás, había soltado con demasiado desparpajo un dato sensible…o quizás porque acababa de enhebrar una acción funcional a su proyecto.
GOLEADA Y RECONFIGURACIÓN DEL MAPA POLÍTICO
El resultado de la elección del #7A, la contundente victoria de Alberto Weretilneck a través de su candidata a gobernadora Arabela Carreras, modificó directamente el escenario en Viedma. Desde el 7 de abril a las 20 horas, Juntos Somos Río Negro supo que tenía la posibilidad y la responsabilidad de ubicar por primera vez un/a candidato/a propio/a a intendente que partirá en la pole position; en el mismo momento, el radicalismo entendió que su dominio hegemónico en la capital provincial -gobernó 20 de los últimos 24 años- entraba en etapa de severa crisis en el marco de un tembladeral partidario mucho más amplio; mientras el Frente para la Victoria, y específicamente el peronismo, vió como todo su esquema se derrumbaba como un castillo de naipes, pues estaba ligado casi unidireccionalmente al triunfo a nivel provincial.
Para darle certeza «científica» a estas aseveraciones es preciso recurrir a los números de la elección.
Según el escrutinio definitivo realizado por la Junta Electoral del poder Judicial de Río Negro, la Alianza Juntos Somos Río Negro (JSRN) obtuvo el 60.21% de los votos en la ciudad de Viedma (21.202 sobre un total de 35.215 votos válidos) en la categoría a Gobernador. Luego, el Frente para la Victoria (FPV) con Martín Soria a la cabeza registró el 25.62%, mientras que Cambiemos, liderado por Lorena Matzen, consiguió el 7% de los votos.
Buceando un poco más profundo, es posible indagar sobre el rendimiento electoral a nivel provincial de dos actores vinculados directamente a la elección local. Marcelo Szcygol, precandidato a intendente del espacio JSRN y cabeza de la lista de legisladores por el Circuito Valle Inferior, obtuvo el 59.34% de los votos; es decir, casi un punto (0,87%) por debajo de lo que su fuerza acumuló en la categoría a gobernador. En esa misma comparación, el actual intendente y principal referencia del radicalismo local, José Luis Foulkes, consiguió desde el primer puesto de la lista distrital 2 puntos porcentuales más de lo que acaparó Matzen. La mala noticia para el alcalde y su partido es que la performance fue paupérrima: consiguieron apenas 3051 votos, tres veces menos que el FPV y a una distancia sideral de JSRN, en el territorio que gobiernan desde hace casi 16 años.
Los números de la elección provincial reconfiguraron el mapa de alianzas y las estrategias de los sectores; lo que se presuponía iba a ser una elección municipal aislada, ahora se encamina hacia una contienda que abrevará en el clivaje conceptual que domina la esfera nacional. ¿Por qué? Pues porque la necesidad tiene cara de hereje. Y por eso el 7 de noviembre como tentativa cobra un profundo sentido y una racionalidad política perfectamente entendible.
FRAGMENTAR, POLARIZAR…SOBREVIVIR
Luego del #7A el radicalismo quedó al borde del nocaut. El Pro, el ARI (sus socios en Cambiemos), la mayor parte de su estructura territorial y la voluntad de la mayoría de sus dirigentes estuvieron enfocados en evitar el triunfo del peronismo, y por eso jugaron (más o menos explícitamente según el caso) con Weretilneck. Matzen y Foulkes quedaron a la intemperie, muy expuestos a sus flagrantes limitaciones: sin aparatos, sin estructura colectiva ni conceptos, la naturaleza y los atributos de los candidatos quedaron en evidencia con crudeza. El resultado: tierra arrasada. Siete puntos. ¿Cómo construir expectativa de poder desde un partido y un espacio que se deshilacha? ¿Cómo contener a dirigentes que, históricamente, han estado más interesados en sus ambiciones personales que en el despliegue y la consolidación del partido como herramienta para abordar las demandas de los/as vecinos/as?
El radicalismo de Viedma enfrenta una encrucijada histórica. La traición, la desidia, la incapacidad y sobre todo la especulación de muchos de sus dirigentes fueron erosionando el partido, al punto de reducirlo a un proveedor de mano de obra para proyectos de poder ajenos: sea Macri o sea Weretilneck el jefe de turno, lo cierto es que el papel que se le asigna al radicalismo en esas estructuras es tristísimo. ¿Se imaginan a Hipólito Yrigoyen, a Leandro Alem, a Arturo Illia o a Raúl Alfonsín traccionando para proyectos que contradicen los fundamentos filosóficos constitutivos del partido? ¿Se los imaginan jugando a perder en pos de lograr un mejor posicionamiento personal en otro espacio político? La verdad es que exactamente eso es lo que hicieron, y hacen, algunos dirigentes radicales con responsabilidad institucional en la actualidad.
Pero no se puede ser más papista que el Papa. Los radicales que jugaron activamente para hacer crecer a JSRN y luego «colar» ahí, ahora tienen un problema: creció tanto JSRN en la última elección provincial que ya no los necesitan para la disputa local. El espacio de Weretilneck irá con un candidato puro: Pedro Pesatti o Szcygol. Los extrapartidarios a la cola, en el mejor de los casos.
El problema para los radicales es doble: no sólo hicieron crecer demasiado a un oponente directo, sino que pusieron a su propia estructura al borde del colapso. Es tan mala la situación del radicalismo local luego del #7A, que aquellos que todavía persisten piensan en el #7N como posibilidad: mezclar la elección municipal con el balotaje presidencial, el 7 de noviembre.
EL 7N
Para salir del paupérrimo 9% que logró en la elección provincial, el radicalismo evalúa incorporar una figura y un contexto que traccionen hacia arriba su escaso capital electoral. Y esa figura es Mauricio Macri. Aunque parezca una paradoja, pues el Presidente atraviesa su peor momento, la estrategia tiene fundamento en la racionalidad política / electoral: competir en el marco de una elección polarizada por naturaleza, con muy alta probabilidad de presencia de Cambiemos en el balotaje. En una misma jugada, se diluye el potencial electoral del rival que, a priori, parte con ventaja, y se ubica a la fuerza propia en el centro del ring a disputar con el antagonista histórico: el peronismo.
Para el peronismo es una estrategia potable, porque la decisión tiende a ubicar la elección local en un plano de tercios, competitiva, que diluye la ola verde pos #7A. En ese marco, algunos vislumbran un escenario que consideran «ideal»: Cristina contra Macri, mano a mano; y un/a candidato/a a intendente que surja por consenso para disputar esencialmente contra Cambiemos.
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La estrategia del #7N diluye la influencia de Weretilneck. Si la elección municipal se realiza el día del balotaje presidencial, la potencial candidatura de W al Senado sale de escena; con boleta corta, sólo con el tramo a Intendente, la propuesta de JSRN perdería potencia en un escenario hegemonizado por un clivaje que excede largamente los postulados puramente municipales. Salvo que, una vez más, Weretilneck decida contradecir sus propias palabras: como en el tópico de la central nuclear, como en el caso de su postulación a la re-reelección, podría dar otra voltereta en el aire y decidir acompañar al espacio de su socio Miguel Ángel Pichetto.
Parece una buena opción la del #7N: ayudaría a construir un escenario más competitivo, pondría en valor al partido Radical y permitiría discutir, sin falacias ni localismos vacíos de sentido y deshistorizantes, el modelo de país que necesitamos para construir un municipio desarrollado e inclusivo.