A pesar de la acumulación de evidencia sobre las capacidades técnicas y tácticas que hicieron posible esta nueva epopeya, la dimensión más determinante para la victoria mundial fue, sin dudas, esa fuerza magnética capaz de cohesionar en pos de una certeza y de la decisión de perseguirla obstinadamente, para construir un destino de felicidad colectiva. En el marco de una sociedad cada vez más fragmentada y atravesada por la presencia espectral de los discursos de odio, el fútbol es el único vector capaz de movilizar toda esa inconmensurable potencia argentina. Básicamente, porque condensa buena parte de nuestras identidades y es depositario de algunos de los sueños que nos movilizan y le otorgan sentido a la existencia. Sí, tan exagerado como real.
¿De qué otra manera pensabas que iba a ser? ¿De qué forma imaginabas que el mejor futbolista de su tiempo (y quizás de todos los tiempos), argento él, iba a conquistar su Mundial? ¿Cuál pensabas que iba a ser el desenlace de la primera Copa del Mundo desde que el Pelu se fue de la tierra? ¿Cómo creías que íbamos a reencontrarnos con ella, 36 años después?
Acabamos de ganar (sí, siempre el fútbol es una tarea colectiva) el partido más fascinante de la historia. Somos campeones del mundo porque el equipo jugó a un nivel altísimo durante largos pasajes del torneo, con demostraciones individuales deslumbrantes y con un cuerpo técnico extrañamente sabio a pesar de la poca experiencia acumulada en el rubro.
A pesar de la acumulación de evidencia sobre las capacidades técnicas y tácticas que hicieron posible esta nueva epopeya, la dimensión más determinante para la victoria mundial fue, sin dudas, esa fuerza magnética capaz de cohesionar en pos de una certeza y de la decisión de perseguirla obstinadamente, para construir un destino de felicidad colectiva. Sino, cómo se explica que todos los jugadores jugaron al límite de sus capacidad, al tope de su nivel. Incluso el genial Messi. A los 35 años. O el irremplazable Di María, a los 34.
Básicamente, se trata de perseguir el amor. Y esa proeza trascendente sólo esta reservada para algunos titanes y unos pocos pueblos que, hermanados, caminan inexorablemente hacia su destino ontológico.
EL SENTIDO DE LA EXISTENCIA
En el marco de una sociedad cada vez más fragmentada y atravesada por la presencia espectral de los discursos de odio, el fútbol es el único vector capaz de movilizar toda esa inconmensurable potencia argentina. Básicamente, porque condensa buena parte de nuestras identidades y es depositario de algunos de los sueños que nos movilizan y le otorgan sentido a la existencia. Sí, tan exagerado como real.
Por eso no había un acto de justicia más evidente que el regreso de la Copa a la Argentina: en el último partido de Messi en mundiales, después de una persistente e infructuosa búsqueda(hasta la mágica noche del 18 de diciembre en Lusail) a lo largo de 16 años que incluyó derrotas, renunciamientos y largas noches de expiación colectiva.
ARTÍCULO RELACIONADO >> LA PARÁBOLA MESSI
Una vez más supimos contener, proteger, complementar y potenciar al mejor de nosotros/as para conquistar el mundo. Un proceso virtuoso, repleto de aciertos y plagado de dramatismo. No podía ser de otra manera: las mejores historias de amor son aquellas en las que la verdad casi siempre está ausente…hasta que en algún (efímero) momento se impone.
EL COSTADO LUMINOSO DE LA ARGENTINIDAD
Por toda la razón y esencialmente por ese magnetismo que durante las últimas semanas nos envolvió y nos guió hacia el costado luminoso de la argentinidad, es que no había mejores manos que las de Messi para recibir la copa y para traerla hacia el país de Maradona. Para cuidarla. ¿Acaso no vieron como, a lo largo de 7 partidos, ofreció exhibiciones de antología impulsado por la pasión por el juego y el amor por los colores? ¿Acaso alguien podría mirarla y acariciarla con esa ternura? ¿Acaso alguien podría haber hecho de esta Copa un símbolo de persistencia, trascendencia y felicidad colectiva tan potente?

Messi, sus compañeros y nuestro pueblo, que entiende de pasión, éramos los indicados. La movilización popular más grande de la historia es una emocionante confirmación de esa certeza.
Ya no habrá, al menos durante un rato, turbas iracundas. Habrá, claro que lo habrá, un pueblo feliz y agradecido porque una partecita de sus sueños se volvió realidad.
Teníamos que estar juntos.
Tenemos que estar juntos.